Trampas Mentales

Este es más que una historia, es una reflexión acerca de los últimos tiempos de mi vida, yo tenía una vida común, casi ordinaria. Una familia unida, clásica, con mi esposa y mis hijos en un mismo techo, el tiempo hizo de las suyas, mis hijos han crecido y buscado su propio destino, mi esposa, que aún amo, decidió irse a buscar su propia felicidad a solas. 

Por ello he estado sumido en una profunda depresión por un tiempo, pensando que a nada había para mí.  En mi soledad forzada he pensado tantas cosas, he dejado de dormir y hasta de comer. He escrito muchas cosas deprimentes solo para sacarlas de mi mente, he escrito poemas que rebalsan de dolor y resentimiento, por ejemplo: “esta es la historia sin final, siendo un príncipe o mendigo, da igual.  La historia de alguien que probo la miel, pero hoy su vida es amarga como hiel”.  Me metí en una espiral destructiva, donde no solo me hacía daño a mí mismo, también dañé a otros, o por lo menos eso he sentido. 

Me acerqué al único lugar que sentí podía recibirme, a la iglesia, pero en ocasiones, ni el amor de Dios llenaba ese vacío que sentía en mi corazón.  En la habitación que ahora se ha convertido en mi hogar, recibo cuando tienen tiempo para dar a mis hijos ya adultos, esas fugaces visitas que me proporcionan un salvavidas de la monotonía que se ha convertido mi vida. 

Me repito constantemente que soy afortunado, vivo, sin penas de que comer, en un lugar agradable y con cierta solvencia, si deseo pasear tengo un vehículo para hacerlo.  Voy cada dos semanas a ver a mi psicóloga, para platicar de cómo me he sentido, de mis frustraciones y traumas, también de mis sueños rotos, de las ilusiones que aún tengo para los días que me restan de vida. 

Una persona que encontré en este desierto y que ha sido como un oasis de risa, optimismo y ver la vida de manera positiva me ha dicho un sinfín de veces: “¡Elige ser feliz!”, agradezco tanto el que el universo me haya presentado a esta persona, que le ha dado vida a un espíritu agotado. 

He llorado y gritado al cielo mi desventura, como un niño pequeño le he pedido a mi padre celestial tantas tonterías, he pedido revancha, he pedido venganza, he pedido perdón, he rogado por restitución.  Pero como lo menciona la Biblia, he sentido los cielos cerrados ante estas súplicas.  He leído poesía romántica, donde se romantiza las separaciones y los nuevos retos en la vida, es ahí donde empecé a pensar en algo distinto. 

Qué tal si lo que fue es lo que debía ser, sin poner papeles de villanos y víctimas, sin pensar en agravios y ofendidos.  Qué tal si la mujer que amé por tanto tiempo era su destino el que me abandonara, para que yo recordara los buenos tiempos con ella y sin rencor agradecerle el tiempo que pasó conmigo.  ¿Qué tal si, en lugar de pensar que todo terminó, pienso que es un nuevo inicio, para amarme a mí mismo sin tener obligaciones con nadie? 

¿Cuántas veces en la vida tenemos la oportunidad de iniciar de nuevo, de enmendar los errores que hemos cometido, no con nadie, sino con nosotros mismos? 

Tengo el gran defecto que pienso demasiado, por eso escribo, por eso fantaseo con tantas historias y cuentos que a muchos les parecen disparatados.  Amigo, no sé si a usted le ocurre, pero constantemente caemos en las trampas que nuestra misma mente pone, Como cuando de niños en la clase, el maestro explicaba algo y uno no entendía absolutamente nada, pero por vergüenza o por miedo que los demás se burlaran de uno, no levantaba la mano para preguntar; o cuando te sirven una comida que no te gusta en un restaurante, pero no dices nada porque no quieres hacer problemas. 

¿Cuántas veces hemos creído ciegamente lo que escuchamos susurrar o gritar de nosotros a personas que están molestas o decepcionadas por alguna situación?  Deteriorando así nuestra estima y amor propio.  Trabajamos arduamente creyendo merecer que algo bueno debe pasarnos en nuestras vidas, porque simplemente trabajamos para ello y no le hacemos daño a nadie, y cuando vemos que la vida puede no ser justa y nos inundan las desventuras, pensamos que hemos hecho algo mal.  Que tal vez, solo tal vez, merecemos todo lo malo y no debemos aspirar a nada positivo. 

Luego hacemos el peor error que podemos cometer, compararnos con otros.  Vemos siempre el pasto más verde y florido en el jardín del vecino.  Cuando en realidad nosotros solo debemos competir por ser mejores al yo del pasado.  Lastimamos sin piedad a nuestros seres más cercanos, comparándolos con otros que creemos son mejores personas. Cuando discutimos, no tenemos cuidado de las palabras que usamos, estas son como afiladas espadas que pueden cortar a una persona y herirla de muerte.  El uso indebido de palabras como “Siempre eres así” o “Nunca me entiendes” puede cortar sin pensarlo lazos de apoyo, hermandad y amor. 

Atravesamos la vida sorteando un campo lleno de trampas, pero estas no lastiman nuestro cuerpo como las que puedes imaginar con la que se va de caza, estas no aprisionarán una pierna o un pie en tu caminar en la vida, estas trampas aprisionarán tu mente y tu corazón, tu perspectiva de la vida y lo que ustedes quieran dar a los seres que dices amar más. Estas y mil cosas he pensado ya, he reflexionado y me doy cuenta de que he caído en tantas trampas mentales que no culpo a mi pareja de haber querido seguir su propio camino ya sin mí.  

Sé que estoy muy tarde para recuperarla, que ya se ha ido y le doy las gracias por todo el tiempo vivido.  Mi alma aún está triste, no lo puedo negar, pero quiero estar bien, no como un acto de magia, viviendo el proceso que debo vivir y aprender a amar a la distancia, pero también amar la ausencia, porque la vida tiene mucho para dar aún